Mucho se habla de que el cambio climático tiene un efecto diferenciado en mujeres, en la niñez, en general, en las poblaciones más vulnerabilizadas, tal como se estableció en el Estudio Económico y Social Mundial de Naciones Unidas. Pero cuando nos adentramos en nuestra realidad y hacemos introspección, nos damos cuenta de que los efectos de este fenómeno se evidencian hasta en los aspectos más sencillos de nuestra vida.
Con el pasar del tiempo las cosas han cambiado, el mundo es cada vez más gris -pero más alumbrado a la vez-, el cemento ha ido sustituyendo los árboles y matorrales, y el ruido de los carros ha reemplazado el canto de los pájaros. Cada día tenemos menos especies de plantas, de animales, en general, cada día que pasa estamos perdiendo biodiversidad.
Pero, ¿cómo se evidencia esto desde las vivencias de la juventud? Una joven del Gran Área Metropolitana (GAM), Ambar, con la llegada del mes de mayo analiza con nostalgia la falta que le hacen las luciérnagas y se pregunta ¿y las luciérnagas?, ¿dónde están?, ¿qué les pasó?, ¿aún existen?.
En su infancia el mes de mayo era el más emocionante porque llegaba de la escuela, allá por el 2005-2006, y apenas oscurecía se empeñaba en buscar esas lucecitas verdes entre los montazales de San Sebastián. Pero con el pasar de los años dejó de ver esos “ojos verdes” entre el pasto sin cortar. Ahora cuando llega mayo se limita a ver unos cuantos abejones -bastante menos que antes-.
A más de 60 kilómetros de Ambar, en San Ramón, Camila estaba viviendo lo mismo. Esta niña salía a jugar en el frío ramonense con las luciérnagas, acompañada por su amigo de la infancia y un cielo estrellado que reflejaba el juego titilante sobre el suelo. Ahora, con un poco más de grados en la temperatura, le duele llegar a su casa y toparse con que aquel monte que solía albergar aquellos brillantes organismos se encuentra lapidado bajo cemento, siendo la base de tres edificios de apartamentos, mientras suena en los distintos televisores la noticia del huracán que arrasó con decenas de casas, o el incendio forestal que dejó a cientos de animales carbonizados.
Porque la pérdida de especies es una más de las consecuencias del cambio climático, y es una realidad que día a día ha vivido nuestra generación. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, nuestra región es una de las más vulnerables frente a los efectos del cambio climático, lo cual comprendemos desde nuestra infancia, pues hemos crecido con el cambio del verde al gris, con el paso de la naturaleza como entorno, a la naturaleza como sujeto en peligro, donde la desaparición de las luciérnagas que solían acompañar las noches años atrás son un pequeño ejemplo de esto.
De acuerdo con la BioScience, las razones por las que las luciérnagas están al borde de la desaparición son tres: exceso de luz en la noche, pérdida de hábitat y el uso de pesticidas. Según el estudio, se establece que las poblaciones de luciérnagas se han visto afectadas por el exceso de contaminación lumínica debido a que arruina los rituales de apareamiento. Estos insectos dependen de la bioluminiscencia para atraer a sus parejas y así lograr reproducirse. En cuanto a la pérdida del hábitat, esto representa su mayor amenaza: estos insectos necesitan de condiciones sumamente especiales para completar su ciclo de vida. Por ejemplo, se distribuyen en zonas cálidas y templadas con presencia de humedad, lo cual se ve afectado no solo por el cambio drástico en la temperatura que altera las condiciones de los ecosistemas, sino también por la exponencial cantidad de concreto que sustituye sus antiguos hábitats.
Ya sea en los matorrales de San Sebastián o en el Monte de San Ramón, las luciérnagas necesitan dónde vivir. Como establece la CEPAL, estamos en una zona vulnerable que pierde día a día diversidad. Jhostyn, ante sus ojos, ve cómo cada vez perdemos más naturaleza, cómo el verde se ve desplazado cada vez más por el concreto gris del crecimiento urbano de la llamada Gran Área Metropolitana. Y esto ni siquiera es solo un problema de los coleópteros bioluminiscentes, o incluso de los animales no humanos.
La falta de planificación urbana convierte a las ciudades en un amontonamiento humano que ha destruido poco a poco esta niñez que disfrutaba en la naturaleza. Las luciérnagas con las que alguna vez jugaron Ambar y Camila ahora son solo historias, luces naturales sustituidas por recuerdos rodeados de bombillas.
Y es que cada vez nos toca más crecer con la nostalgia. Los cafetales, ríos y montañas con las que crecieron nuestros abuelos y abuelas se convierten día a día en un golpe de nostalgia y realidad para nuestra generación; los cielos iluminados por estrellas ahora solo están cegados por luces led y alumbrado público, un cielo en el que solo brillan los escaparates y los promocionales.
Estas nuevas luces que acompañan a la ciudad de concreto opacan el brillo que ofrecían las noches bajo un cielo despejado, gozando de las estrellas y la danza de las luciérnagas, la cual ya no les es suficiente para reproducirse, pues según estimaciones, más del 23 % de la superficie terrestre mundial ahora experimenta algún grado de brillo artificial del cielo nocturno.
El contraste de la oscura noche junto con los destellos verdes de las luciérnagas sólo se vislumbra en nuestra infancia, y para nosotros los jóvenes solo se convierte poco a poco en un recuerdo de nostalgia y tristeza.
Intrínsecamente, el cambio es parte de la existencia. No hay escapatoria. Y la adaptación siempre ha sido la respuesta a ello. En cuanto al cambio climático, sus impactos ya son parte de nuestro presente. Pero no nos engañemos, la adaptación no debe ser pasiva, como parte de ella también surge la resistencia: alrededor del mundo existen activistas luchando por leyes ambientales más justas, jóvenes que buscan y se reencuentran con nuevas formas de accionar y de vivir, comunidades y grupos organizados que defienden su derecho al territorio y su cosmovisión, profesionales de la ciencia que buscan cómo impedir que se apaguen las luces de las luciérnagas.
Debemos encontrarle el sentido a la resiliencia. Buscar sanar nuestras heridas e impulsarnos de la nostalgia, honrar a quienes extrañamos y cuidar nuestras redes. “Dejar que esto nos radicalice, en vez de hundirnos en la desesperación”, como resuenan las palabras de Mariame Kaba ante las problemáticas sistémicas que subyacen en nuestra sociedad.
Costa Rica
UCR || Comunicación Colectiva || Periodismo
Ambientalista