Hace más de tres años, empecé a sentir la necesidad de tomarle fotografías a todo, a cada situación, cada persona, cada objeto. Jamás me cuestioné el porqué de esta necesidad tan repentina en mi vida, hasta que hace poco descubrí la razón. Nunca me considere una persona miedosa, pero resulta ser que estoy llena de miedos, uno en particular siendo el miedo a olvidar. Así que, para tratar de lidiar con mi miedo, sin darme cuenta estuve memorizando cada detalle de mi vida a través de fotos que acumulaba en mi mente y en mi carrete fotográfico.
El miedo al olvido tiene un nombre interesante: atazagorafobia. Para entender de mejor manera este miedo hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que el acto de recordar es una función central para los seres humanos. Entre otras cosas nos permite mantener un sentido de integridad. Sirve además como una herramienta de identificación que nos hace posible responder a las demandas del presente y del futuro. La segunda es que el acto contrario, el de olvidar, es un proceso que ocurre a la par de la consolidación de memoria. Nos dice la neurociencia que, el olvido permite la limpiar la información innecesaria o irrelevante de nuestra mente (Guzmán, G., 2018).
Esto último era justamente la raíz de mi problema. En mi cabeza nada era lo suficientemente insignificante como para borrarlo de mi memoria. Espero que no se entienda que recuerdo absolutamente todo en mi vida, estoy completamente segura de que mi inconsciente borra memorias innecesarias que jamás volveré a recordar; pero desde que estoy consciente de que no quiero olvidar, mi mente lleva una carga más pesada acumulando recuerdos y tengo fotografías que sirven como prueba de ello.
Ahora bien, las fotografías que yo acumulo constantemente son de un estilo particular. Las fotografías cándidas o espontáneas son aquellas en la cual el arte de sí misma está en tomarlas sin posar al sujeto ni influir en la escena. Esto quiere decir que las fotografías son lo más orgánicas y naturales posibles. Como no hay intervención externa en la fotografía, esto causa que refleje las situaciones tal y como son. Esto es lo que mí me parecía más interesante sobre todo lo demás.




Tomando una situación como un cumpleaños para ejemplo, la comparación entre las intenciones de fotografía está muy presente. En estas celebraciones siempre se procura que todo los integrantes de la familia se acomoden meticulosamente de tal manera para que todos salgan en la foto. Aunque esta fotografía representa un recuerdo familiar bonito, hay otra cara de la moneda. Una foto donde se capturo al papá cortando el pastel, a la abuelita cantando, y al cumpleañero sonriendo, sin que ellos se dieran cuenta y sin posar, muestra la misma realidad de una manera más cálida y sincera. Es por esta razón que este tipo de fotografías llamaba tanto mi interés al intentar no olvidar, era una manera más real de acumular los recuerdos. Yo podía sentir nuevamente lo que una vez hice en el momento en el que la foto fue tomada solo al mirarla.
¿Qué hago con esto?
Viendo este caso desde este punto, mi miedo me ayudo a ver el mundo de una manera más real y poder apreciar aún más la belleza natural de las situaciones y personas. Dejando al miedo atrás, genuinamente creo que todas las personas deberían de poner en práctica este ejercicio. Si bien mi manera de apreciar la belleza es por medios de fotografías, las de otras personas puede ser mediante el dibujo, los poemas, la música, los diarios. Sea como sea la forma de aprecio a la vida, el recordatorio constante de que los momentos en la vida son más apreciados cuando no son planeados, y esto se puede lograr al conservar estos recuerdos de una forma longeva.
Así que invito a cualquiera que, con o sin miedo, pueda ver la vida de una manera diferente. Que recordar todo no sea una necesidad sino un privilegio dado como un regalo precioso.