Al terminar el pontificado del papa Francisco, es buen momento para reflexionar sobre su legado, más allá de las ideas populares con las que se suele caracterizar

A pesar de mi corta edad, recuerdo bien ver al cardenal Tauran pronunciar las palabras Habemus Papam, seguidas del nombre de un cardenal poco conocido, jesuita, y, como él mismo dijo en sus primeras palabras como papa, del “fin del mundo”. En estos días, después de un pontificado de 12 años, muchos discursos, viajes, encuentros y encíclicas, son momentos para reflexionar sobre su legado, sobre sus enseñanzas, y sobre la profunda riqueza espiritual que el papa Francisco ha heredado a la Iglesia y al mundo.
Quisiera, por un momento, desligarme de las ideas más populares con las que muchos caracterizan a Francisco, no por una falta de veracidad o importancia, sino por una necesidad de ver más allá, y de situarlas en un marco más amplio.
Volver a lo esencial
En el seno de la predicación y enseñanza del papa Francisco se encuentra un deseo profundo de que los cristianos volvamos a lo esencial: el amor incondicional de Dios. Esto, como muchos quisieron interpretar, no deja de lado profundidad doctrinal alguna, sino que recuerda cuál debe ser el inicio y fin de nuestro caminar como cristianos. Si no descubrimos el amor de Dios por cada uno de nosotros, la fe se reducirá a un conjunto de ideas. Sin embargo, Francisco, a través de su insistencia en el amor y, sobre todo, en la misericordia de Dios, nos recordó que la fe es una relación con una persona, una relación de amor, de amistad, que nos transforma la vida desde lo más profundo de nuestro ser. No me parece una coincidencia que su último documento haya sido la encíclica Dilexit Nos (nos amó primero), en la cual nos invitaba a reflexionar sobre el sagrado corazón de Jesús y el papel del corazón, lejos de concepciones sentimentalistas o racionalistas, en nuestra fe. Algunos incluso han llamado este documento como el más importante de su pontificado, pues pone de manifiesto el corazón de la fe cristiana, que debe de transformar precisamente, nuestros corazones.
Quisiera agregar un punto que me llamó la atención en sus últimos años de pontificado, que no se desliga de lo dicho en el párrafo anterior, sino que lo complementa. Esto es la insistencia del papa en la necesidad de oración, y, sobre todo, la oración de adoración. En varias ocasiones el papa exaltó el “sentido de la adoración“, la profunda necesidad de silencio, y la necesidad de recuperar la adoración al Santísimo. Me parece evidente que si nuestra fe es una relación de amor, el encuentro con El Amor será lo más importante. El papa lo decía de manera sencilla: “Convénzanse que no van a poder hacer nada con las manos si antes no lo han hecho con las rodillas“.
Salir a la calle
Sí, literalmente salir a la calle. Debo decir que uno de mis discursos favoritos de la historia lo dio Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro en 2013, uno de sus primeros viajes, cuando pronunció las conocidas palabras “Hagan Lío“. Creo que ese “hacer lío” resonó mucho más de lo que quizá él mismo esperaba. Ese “hagan lío” marcó el inicio de una insistencia en la necesidad de salir a la calle, de ser una Iglesia en salida, de no ser “cristianos de sofá”. El papa llegó a afirmar que prefería una Iglesia herida, pero por haber salido a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse en sí misma. Considero que Francisco atinó perfectamente en hacia dónde debe dirigirse la nueva evangelización. De aquí la enseñanza de que en la Iglesia caben todos, pues esta debe de salir a las periferias, también las espirituales y morales, a ofrecer su profunda belleza y sanación, sin necesidad de cambiar ninguna doctrina a merced de ideologías.
La importancia de lo humano
Recuerdo perfectamente estar en la plaza de San Pedro, bajo un frío inesperado, esperando con ansias ver al Romano Pontífice. Luego de su catequesis, su bendición, y una vuelta a la plaza, el papa, ya débil y sin posibilidad de desplazarse por sí mismo, pasó justo delante de donde me encontraba. Supongo que siempre es una gran emoción tener al papa a menos de un metro, aunque sea por una fracción de segundo, pero esa fracción, en la que puedo prometer que el papa me miró a los ojos, tiene la capacidad de marcar el alma. Todo esto para decir que el papa Francisco nos recordó el valor que tiene lo humano. Tuvimos un papa muy humano, en todo el sentido de la palabra. A través de sus salidas de protocolo, de sus muestras de humildad, de su peculiar estilo de comunicación, Francisco puso de manifiesto el valor divino de lo humano, el valor intrínseco de la ternura, y el valor de la cercanía como estilo de gobierno.
Por supuesto que se puede hacer una lista de mucho mayor tamaño sobre las enseñanzas que ha dejado el primer papa de las Américas. No obstante, si volvemos a lo esencial, comprendemos el valor de lo humano y salimos a la calle a anunciar que nos hemos encontrado con Jesucristo, habremos comenzado a vivir a tope nuestra fe, a la vez que estaremos honrando a un papa que miraba a los ojos, a un verdadero “padrazo”, como se refería el recién nombrado obispo de Helsinki.